Si por algo se ha caracterizado la disciplina de la Arqueología es por su afán por encasillar los acontecimientos históricos en etapas. Localizar los eventos más relevantes del pasado de la humanidad en un lugar y en un momento concreto. Ya conoces algunos de los convencionalismos más habituales cuando hablamos de hechos del pasado: Antes o después de Cristo, antes o después del presente, ab urbe condita… o las diferentes épocas: contemporánea “moderna”, antigua, prehistoria…
La prehistoria. ¡Ay! La Prehistoria. Cuando hablamos de esta etapa de la Historia de la Humanidad tenemos que echarnos para atrás y soltar un bufido. Porque estamos hablando de la etapa de la humanidad más amplia, y con diferencia, de la Historia. Cuando empezamos a bucear en el fondo de la Prehistoria nos tenemos que referir hasta edades geológicas y sistemas de datación basados en análisis químicos que nos retrotraen a millones de años hacia el pasado.
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Inicios de la periodización de la Prehistoria
Con los inicios de la Prehistoria como disciplina, se vislumbró la necesidad de ordenar los períodos homogéneos de las diferentes culturas a lo largo del tiempo.
Estos períodos, en definitiva, son etapas que comparten ciertas similitudes culturales, sociales y tecnológicas en un tiempo determinado. Es decir, que tienen un tipo de cultura, unas relaciones sociales y unas herramientas y tipos de vida muy parecidos que los diferencian de otras etapas antes o después.
Para la Prehistoria, se estableció en un principio el convencionalismo basado en la “secuencia tecnológica”; es decir, dependiendo del material utilizado para elaborar las principales herramientas. Esto fue porque se observó que los grupos humanos fueron desarrollando técnicas y mejorando la materia prima desde las primeras herramientas rudimentarias de piedra hasta las más sofisticadas y elaboradas de hierro.
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En este convencionalismo mucho tuvo que ver Michele Mercati, quien en el siglo XVI, durante su estudio de catalogación de la colección de piedras del Vaticano resaltaba el uso de la piedra como la primera materia prima para la elaboración de las primeras herramientas humanas, dejando paso más tarde al uso del cobre, bronce y hierro.
Ésta fue una de las primeras referencias a la catalogación de la Prehistoria basada en tecnología. Más adelante, ya en el siglo XIX, vino la difusión de “Las Tres edades” de Thomsend, quien dividió la Prehistoria por edades: Bronce, Cobre y Hierro; sistema que tuvo una mejor acogida por la comunidad científica que el anterior propuesto por Michele.
Por tanto, los primeros pasos para dividir la Prehistoria por etapas se basaron principalmente en la tecnología utilizada y su materia prima. Posteriormente, cada “edad” se fue subdividiendo y especificando aunque contaba siempre con el mismo problema: no en todo el mundo se seguía el mismo proceso evolutivo.
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La división de las edades de la prehistoria
Desde las etapas principales de las que hablaba Michele, piedra, bronce y hierro, se subdividieron en otras tantas. De este modo, por ejemplo, la Edad de Piedra paso a tener Paleolítico y Neolítico, haciendo referencia a la piedra antigua (o tecnología más rudimentaria) y piedra nueva (tecnología de piedra pero más evolucionada).
En principio, los criterios sociales, económicos o ideológicos no eran tenidos en cuenta para dividir la Prehistoria. Las subdivisiones siguientes siguieron basándose en el tipo de industria; y además con nombre franceses. La razón es que la mayoría de estudios provenían del país galo y adquirían el nombre del yacimiento donde se encontraba esa industria: Gravetiense, Auriñaciense, Solutrense, etc.
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Criterios actuales para definir las etapas
Hoy en día, a pesar de que muchas veces se sigue utilizando las anteriores definiciones para las etapas de la Prehistoria, se tienen en cuenta muchos otros factores además de la tecnología y la materia prima. Las principales características que se destacan de cada período suelen ser:
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- Tipo de Industria
- Características de los homínidos
- Medio de ocupación
- Cultura (arte y creencias)
- Producción de alimentos
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A partir de estos criterios, se puede localizar en el tiempo y el espacio las diferentes culturas a lo largo de la Prehistoria, y de forma más exacta a como se empezó a clasificar las edades de la Prehistoria.
Y de aquí, aparecieron las subetapas que conocemos de Paleolítico Inferior, medio y superior, Mesolítico, Neolítico y la Edad de los Metales. Cada una de estas etapas comparten aspectos, no solo tecnológicos sino también sociales, económicos y, en definitiva, estilos de vida:
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- Paleolítico: la etapa más larga de nuestra historia que va desde la aparición de los primeros homínidos hasta el 10-12.000 a.C., en la que vivían cazadores recolectores con un tipo de vida nómada, basada en una industria principalmente de piedra.
- Neolítico: es cuando empiezan a surgir las primeras sociedades agrícolas y ganaderas, aproximadamente hacia el año 9.000 a.C., y a consecuencia de ello, los primeros asentamientos sedentarios humanos, la especialización y un desarrollo tecnológico basado en la metalurgia.
- Edad de los Metales: que comienza hacia el V Milenio a.C. con el Calcolítico en sociedades ya sedentarizadas y con un desarrollo social mayor. A partir de entonces se fue desarrollando la metalurgia, fueron surgiendo nuevos modos de producción, especialización y explotación de los recursos que derivó en sociedades más complejas, más estratificadas.
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Pero esta etapa de los metales puede que sea la más heterogénea debido a que surge de forma esporádica en diferentes regiones del mundo y en diferentes momentos de la historia. Quizás sea aquí donde se hace más evidente la dificultad de encasillar ciertas etapas de la Historia de la humanidad en términos temporales.
Por el momento, este tipo de definiciones para referirnos a “las Edades de la Prehistoria” se ha mantenido, con mayor o menor precisión, hasta nuestros días aunque bien es cierto que cuenta con algunas lagunas. Tendremos que seguir excavando y estudiando para conseguir definir con mayor precisión nuestro pasado.