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Los museos guardan secretos. Incluso para sus empleados

Hay veces que grandes descubrimientos no suceden en el yacimiento arqueológico. Objetos que pasan desapercibidos por generaciones y que, de repente, son rescatados del rincón de un museo o de la sala de “los trastos” de un depósito y maravillan al mundo entero.

Tal es el caso del maravilloso mecanismo de Antikythera, que fue menospreciado por los arqueólogos en la época de su descubrimiento y que más tarde reapareció para sorprender a toda la comunidad científica.

Y esta semana que estamos en la #MuseumWeek quiero rescatar del recuerdo un caso muy curioso que sucedió en el Penn Museum de Philadelphia (EEUU) donde desempolvaron de su depósito todo un tesoro que ni tan siquiera sabían que se encontraba en sus instalaciones.

¿Qué de qué se trata? De un esqueleto humano de unos cuantos miles de años.

Pero ¿lo tenína escondido o qué?

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El Esqueleto humano de 6500 años encontrado en Penn Museum

Durante un verano, los empleados del Penn Museum se habían dedicado a realizar tareas de digitalización de sus fondos. Créeme cuando te digo que esto es toda una aventura con sorpresas aseguradas pues a mí me tocó hacerlo en el Science Museum de Londres y tuve la suerte de encontrarme algún que otro tesoro.

El equipo liderado por el Doctor William Hafford se dedicaba desde 2012 a digitalizar toda la documentación correspondiente a las excavaciones de Leonard Wolley en Ur con el fin de recuperar los proyectos llevados a cabo en aquella época y organizar una exhibición temporal de los mismos. Dibujos de secciones estratigráficas, representaciones de cerámica, de la actividad llevada a cabo, etc. Todo un repertorio que se puede considerar un tesoro fantástico aún sin el descubrimiento del curioso esqueleto. (foto del Penn Museum).

Pues en esas se encontraban, buceando en la ingente documentación del proyecto de Woolley cuando el Doctor Hafford descubrió algo que llamó su atención. Se trataba de una hoja a modo de inventario donde se especificaba el destino de los objetos encontrados en la expedición.

Todos ellos se repartieron entre el Museo de Iraq, el British y el Penn. Entre los objetos que supuestamente recibió el Museo de Philadelphia se encontraban dos esqueletos, uno de los cuales había sido catalogado en los años 90 como “No encontrado” en el museo.

¿Se recibió realmente?

¿Se perdió?

¿Se destruyó?

¿Dónde estaba ese esqueléto?

¡No podía haber desaparecido!

Trabajo de arqueología documental

Tras este acontecimiento, Hafford se puso tras la pista del misterioso esqueleto. Que emoción, ¿no crees? Casi se me pone la piel de gallina imaginándome a mí mismo buscando entre papeles, legajos y todo tipo de objetos del almacén ni más ni menos que un esqueleto.

Lo primero que hizo fue revisar la documentación personal de Whoolley con el fin de averiguar si se trataba de un error o si, por el contrario, realmente el Penn Museum tenía un esqueleto rondando sin saber su paradero.

¡Y bingo!

En los papeles del arqueólogo encontró más documentación y fotos que hacían referencia al esqueleto que se llevó al museo en 1930. Estaba claro que no se trataba de una pista falsa. ¡Ahora había que encontrarlo!

Fue cuestión de días que el equipo de Hafford dio con el tan anhelado esqueleto bajo una gruesa capa de polvo depositada durante 85 años. Lo que les permitió dar con él en una caja de madera que no contaba con ningún tipo de documentación o referencia que pudiera dar pistas a los empleados sobre su procedencia.

Tras abrir la caja encontraron en su interior un esqueleto humano que correspondía con los detalles encontrados y descritos por Wholley en sus documentos: una persona de complexión fuerte, unos 50 años de edad en el momento de su muerte, lo que sucedió hace ¡6.500 años! Para que te hagas una idea, este tipo era unos 3000 años más viejo que nuestro amigo Tutankhamon.

¡Ya lo tenían!

Un esqueleto peculiar

Me imagino a la expedición encomendada por el arqueólogo de Leonard Wolley llegando al museo tras un largo viaje de vuelta y meses de duro trabajo en la actual Iraq. Conforme van bajando todos los objetos encontrados los van depositando en el sótano amontonados, con poco cuidado y con mucha rapidez para poder marcharse pronto a casa y darse una buena ducha.

–Ya vendremos mañana y empezaremos a catalogar todo lo que hemos traído- escucho decir al bueno de Leonard.

Por la fotografía, se observa que no excavaron el esqueleto, como generalmente se haría, sino que cavaron a su alrededor, rociaron de cera el contorno para obtener una sola pieza y extrajeron el cuerpo entero. Seguramente, el esqueleto se encontraba en muy mal estado de conservación lo que hacía peligrar su recuperación. De hecho, según los textos conservados de Wolley, este cuerpo era el único que se conservaba medianamente en buenas condiciones de las 84 tumbas excavadas en el lugar de su descubrimiento.

¿Cómo diablos pudo pasar desapercibido durante tanto tiempo?

Parece casi imposible ¿verdad?

Imagínate la leonera que tendrán en el sótano del Penn Museum para que un ataúd pase inadvertido durante 85 años. Pero mira, por suerte así ha sido. Y es que, el hecho de haberlo conservado intacto desde su descubrimiento ha permitido en la actualidad averiguar nueva información que en 1930 (el año de su hallazgo) no era posible. Información sobre su dieta, su ADN, sus enfermedades puede arrojar cierta luz sobre la sociedad del Próximo Oriente de hace 6500 años.

Imagínate la emoción del doctor Hillford cuando abrió la caja de madera y se encontró al mismo tipo de las fotos de Whoolley. Qué alegría. Un descubrimiento fascinante que me hace rabiar de envidia por no ser yo quien estuviera tras la pista del esqueleto en los depósitos del lúgubre y húmedo museo.

Fuente y fotos| Past Horizons

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